sábado, 15 de junio de 2019

El precio de la libertad
A Mimi Barona
Toda persona racional aspira a vivir en paz y libertad; incluso los militares más enconados y adictos a los triquitraques de la guerra, después de su anhelado baño de sangre y el subsiguiente tráuma, terminan aspirando a la paz, ¿pero, cuánto hay que pagar y sacrificar para obtener estos conceptos de paz y libertad?
Si la mentalidad de una sociedad es la de servir hasta caer infartado sobre la mesa de despacho o a vivir de fracaso en fracaso, entonces, ¿no hay cómo, alguna forma de pagar un precio por la paz y la libertad?
Es algo característico de las democracias liberales tener chalets de playa vacías o abandonadas, ¿y el motivo? es que ese detalle de las democracias es muy oneroso y solamente para las clases pudientes y muy privilegiadas vivir junto al mar. De lo que se colige es que solamente las clases opulentas podrían subvencionar una vida libre y pacífica junto al clima benigno de la playa, pero, ¿ y los demás estratos sociales, los de abajo, la parentela pobre que vive escondida por la verguenza, no tendrían cómo alguna forma de obtener su liberación de la eterna noria de la sociedad del servicio, la competición y el consumo?
Lo cierto es que el precio de querer vivir libre y en paz en la playa o en cualquier lugar sin someterse a la noria y a las reglas de la sociedad siempre es la POBREZA.
Es que no basta con ser honrado y trabajador para llegar a pagar algún día el precio de la libertad, sino que hay que trabajar para los intereses de alguien y para las políticas de alguna autoridad todopoderosa o con patente de corzo para que sean ellos los que le autoricen a cualquiera a poder vivir en libertad y en paz. No es broma.
Los ejemplos se los encuentra por doquier y en la historia de cada Nación.
Moises adoptado primero por los egipcios y luego elegido por su humanismo y bondad por Dios se convirtió en una autoridad que pidió varias veces el permiso al emperador egipcio su hermano de leche que le dejara guiar y libertar a su pueblo judío para llevarlo a la Tierra prometida a la que paradójicamente nunca llegó a ver sino su sucesor Josué.
Cualquiera que trate de prescindir del juego de la sociedad para conseguir paz y libertad tendrá que sufrir miseria, hambre y tal vez persecusión.
Para vivir en la playa lo primero que se hace es pagar el hospedaje por adelantado, ésto es según el juicio de una persona honesta, y luego ver cómo se administra el dinero para la comida o como se dice vulgarmente hay que ver con cuántas papas se hace el locro de cada día.
Muchas veces el hambre y la necesidad de paz y libertad y tal vez una cierta falta de adaptación al vertiginoso ritmo y juego de la sociedad, hace que las personas lo sacrifiquen todo y todos los recursos con tal de vivir junto al mar.
Estos individuos ya nacionales o extranjeros pasan hambre y necesidades insufribles con tal de satisfacer ese otro tipo de hambre y necesidad de paz y libertad.
Ergo el precio de la libertad y de tratar de no vivir contaminado por la sociedad siempre va a ser la pobreza y el tratar de adaptarse a una nueva clase de valores muy poco convencionales como el de acostumbrarse a vivir retirado sin tener nada que hacer más que perder el tiempo o estar sentado disfrutando plenamente del desfile de los días, recogiendo sus pasos de viajero tenaz de adolescente y tratando de obtener una buena calidad de vida de lo poco que le queda.
El precio de la libertad de las personas que por salud, edad de jubilación o por el fin de su ciclo laboral siempre es una baja de sus ingresos y la subsiguiente pobreza con todo el desprecio inhumano que la pobreza trae consigo.

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