Si tu alma pudiese proyectar un reflejo tan brillante y tan intensamente agradable, le pediría a Dios que le emplease en eso. Pero sería demasiado simple. Sería infantil tranquilizarse convirtiéndose en naturaleza. La auténtica espera no es tan límpida ni pura sino turbulenta e irritada. Hay siempre en movimiento una inmensa actividad humana que todo lo emporca. La muerte vigila sin cesar. De modo que si uno tiene alguna felicidad, más vale ocultarla. Y cuando nuestro corazón está pleno, más vale tener la boca cerrada.
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