lunes, 29 de julio de 2019

EL DERECHO A VIVIR COMO ERMITAÑO

A Mimi Barona

De la misma manera como evoluciona este cuerpo material en que está envuelta o a veces atrapada el alma, también va evolucionando la mente o inteligencia de una persona.
Todo en este mundo material apunta a su caducidad y a su final; las personas jurídicas, las naturales, las sociedades conyugales, la vida de las plantas y de los animales; el mismo planeta tierra con el cambio climático no le queda menos de cien años de vida tal como lo conocemos.
El proceso de evolución de la inteligencia es inevitable en las mentes normales y llega, incluso, en ciertos casos de extrema lucidez a comprender el fin de la propia existencia materia, la muerte.
Ante esta situación para algunas personas la única opción que les queda es la de explicar y tratar de defender su derecho a vivir como ermitaño.
Tarde o temprano a todos nos llega el día en que el ritmo de nuestras vidas nos parece una futilidad completa que nada tiene sentido ni siquiera la vida misma y que lo único que se quiere es desconectarse de todo aquello que no sirve ni trae aquella anhelada paz mental a la que toda persona lúcida aspira, después de años de experimentar y muchas pruebas y errores y de evoluciones físicas y mentales.
El método de prueba y error, el de que para saber cómo son las cosas hay que estar en el ajo o meollo del asunto, termina al final y casi siempre con todas las fuerzas para seguir participando en los diarios quehaceres de la vida.
Los problemas cuando dejan de ser entendidos como oportunidades o que no hay mal que por bien no venga, terminan por oxidar y minar todas las fuerzas de un ser humano, las físicas, las mentales y hasta las espirituales, todo se va al garete, quedando la esencia del ser humano como un muñeco roto, tullido mentalmente e inservible.
Al final las personas abren los ojos y terminan por cansarse de ser utilizadas como una puta.
Pero, ante el gigantesco maremagnum, de la soberbia y estupidez de la televisión el tener que explicar interminablemente el derecho a vivir como un ermitaño se vuelve una necesidad impostergable y a ver si de esa manera se les ofrece un poco de luz a las mentes obtusas y frenéticas que viven esclavas del juego materialista de la sociedad. 

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