domingo, 13 de febrero de 2022

Ineptitud por Edison Delgado Yepez (Sam Scholl(

 INEPTITUD por Sam Scholl

INEPTITUD
Una vez más la esperanza quedaba destruida para la esposa de Pulido. Volvía a ganar la decepción, el desprecio, el cansancio, que esperaba la tan ansiada como inalcanzable estabilidad laboral, y otra vez Joey se veía rodeado por la desesperanza y la angustia que provoca el desempleo, y por la cada vez más creciente certeza de que era un bueno para nada. Penélope estaba harta, harta de la inestabilidad laboral de Pulido y siempre le decía:
- Estando bien te encanta buscar el mal. Eres demasiado bueno con todo el mundo. No siempre tienes que decir sí a todo. ¿Qué vamos a hacer?, ¿siempre viviremos así, dependiendo de tus padres para todo?, ¿cuándo vas a cambiar de actitud?, por qué no lees la Biblia o el libro de Mormón?
Y Pulido le respondía desesperado:
- ¡Ya los he leído!, ya los he leído y no encuentro nada ahí, que me ayude. Simplemente no puedo creer en algo que choca tan de frente con mi lógica.
Y Penélope le insistía:
- ¡Tu lógica!, ¡tu lógica!, ¿y si eres tan lógico, porqué tu lógica no funciona para conseguir un trabajo y mantenerte tranquilamente en el?, ¡por favor dime el porqué, ¡de veras quiero entenderte!
Y Pulido no sabía qué responderle a su esposa. ¿Tendría que hablarle de la persecución de P2 Inteligencia Naval?, ¿le creería su esposa o volvería a tener miedo de estar casada con un esposo chiflado?
Después de discutir, Pulido se quedó en el patio, fumando un último cigarrillo, mientras escuchaba en la radio la canción de Cliff Richard: We don’t talk anymore.
Nuevamente, en el hogar de los Pulido, se dieron las conocidas escenas de enfrentamientos y amargos reproches por la falta de dinero y futuro.
Para rematar, en el nuevo trabajo de Penélope, el Gerente de crédito la había colocado bajo el mando de un serrano, que odiaba a las mujeres. Este serrano de mierda, hijo de la gran zorra, llamado Valencia, odiaba a las mujeres y ni siquiera respetaba a las embarazadas. Disfrutaba entorpeciendo el trabajo de Penélope y haciendo todo lo posible por sacarla de sus casillas. Todas las mujeres de la oficina lo odiaban por sus abusos, torpezas y encima le tenían más colerín por ser serrano y por su vergonzosa manera de hablar. Ya llevaba viviendo años en Salinas y a propósito conservaba ese ridículo acento de gente primitiva del altiplano. Pero nadie podía sacarlo a patadas de la oficina porque –de manera inexplicable-, contaba con el apoyo del Gerente y dueño de la compañía. A veces, Penélope se encerraba en el baño a llorar y desde ahí lo llamaba a Pulido a quejarse amargamente de las estupideces que cometía este primitivo ser del altiplano.
Toda la familia de Pulido, de una o de otra manera había sido siempre perjudicada por algún serrano de mierda.
Su padre tenía un enemigo jurado en la Junta de Beneficencia, que, por supuesto era serrano, la madre de Pulido, que había trabajado de secretaria en un colegio, tenía como enemiga mortal a una serrana que la hostigaba y le hacía la vida imposible. Era una costumbre bien marcada de esta raza de mierda, el venir acá al Guayas a joder la vida a los locales, pero otra cosa era cuando los costeños iban a tratar de vivir en la sierra, ahí, sí, se complotaban y les hacían la vida imposible para que se vayan. Lo mismo ocurría en las Fuerzas Armadas, donde los altos mandos militares sólo eran ocupados por serranos.
Pulido escuchaba los sollozos de su esposa y comía mierda, se mordía la mano y rabiaba de impotencia. Un día ya harto, pidió permiso en el trabajo y fue a hablar con el Gerente lameculos de serranos que protegía a ese inútil bastardo y le contó todas las quejas que su esposa y las compañeras de trabajo le habían comunicado.
Y de manera inexplicable el Gerente se ponía a defender y a neutralizar los ataques de Pulido. Y en un momento le dijo que si Penélope tenía tanto problema en trabajar con Valencia, que él podía darle un tiempo de vacación sin sueldo para que ella ponga en orden sus pensamientos ¡y decida!, si quería seguir en la oficina.
Esto fue el colmo, Pulido, no pudo contenerse más y estalló:
- ¡Pero es que acaso usted no ha escuchado o no entiende todo lo que le acabo de decir!, el problema en esta oficina es ese energúmeno que usted apadrina, no mi esposa. Fíjese lo que pasa, en este preciso momento tengo información de que el otro día ha pasado en la cárcel por manejar borracho, qué clase de Gerente es usted que tiene en su organización un elemento que perturba tan gravemente y descompone el ambiente de trabajo. Ni siquiera a las mujeres embarazadas las respeta. El otro día la trató tan mal a una compañera de Penélope, que estaba embarazada, que hasta le provocó leves contracciones...
Y el Gerente, todo aturdido por el escándalo que Pulido le estaba empezando a formar le dijo:
- ¡Mejor no hablemos de eso!
- ¡Pero entonces haga algo con ese individuo!, o lo hace usted o créame que cojo un bate de béisbol y le muelo los huesos de la cabeza a ese mal nacido hijo de la gran zorra.
En ese punto el Gerente se puso de pié y lo invitó a Pulido a salir de la oficina.
Mientras tanto los niños estaban creciendo y el resto de la familia se preocupaba por la clase de ejemplo que iban a tener, con un padre siempre desempleado. Muchas veces Joey tenía que ir a la casa de la tía Hilda a pedir dinero prestado para comprar las medicinas que necesitaban sus hijos enfermos con fuertes gripes o fiebres inexplicables, que seguramente eran provocadas por las armas secretas e indetectables de P2 Inteligencia Naval. En una ocasión que Pulido estaba leyendo un libro que describía las perspectivas futuras de la diplomacia estadinense, sintió que le burbujeaban los riñones, otras veces sentía que le latía y le dolía la cabeza de tal manera como si estuviera a punto de estallar.
Pulido subía y bajaba la loma de su casa, como tantas otras veces, fumando rabiosamente mil cigarrillos, y por las noches, seguía tecleando sus poemas en su máquina de escribir, hasta que llegaba la aurora del nuevo día. Durante este tiempo –entre poema y poema erótico-, escribió un manuscrito titulado: LA FILOSOFIA CAPUCCINO, que trataba sobre la política internacional de los Estados Unidos en Latinoamérica, señalando sus graves falencias para lograr hacer de América Latina su mejor aliado. Pulido se preguntaba cuánto ganaban los agentes de la CIA, porque parecía que trabajaban para los enemigos de los Estados Unidos, en vez de conseguir su objetivo de una América Latina unida compactamente al gran imperio del Norte.
Una mañana, mientras bajaba la loma de su barrio, se topó con un viejo amigo llamado Lucho Lacho, que le preguntó si tenía trabajo y si no, que si le gustaría trabajar de guardia de seguridad. Pulido no se lo pensó dos veces, y de inmediato empezó la gestión de reunir todos los papeles, garantías y recomendaciones necesarias para ocupar una plaza como guardia de seguridad en el Puerto.
Pronto le dieron el uniforme más grande que tenían y un par de botas, porque ya Pulido contaba con cuarenta años, y la hinchazón hacía presa de su cuerpo. Al principio, el uso de las botas torturaba los talones de Pulido, tanto, tanto, que en un momento de la guardia, durante la noche, Joey tuvo que sacárselas para que sus pies descansaran un poco. Tuvo mucha suerte de que nadie se percatara de aquel acto. Aunque todo el perímetro estaba rodeado de cámaras que vigilaban el menor movimiento en el Puerto.
Pulido tenía que laborar en turnos rotativos, tres días, de siete a tres de la tarde, tres días, de tres de la tarde a once de la noche, y tres días de once de la noche hasta las siete de la mañana. Este último turno era el más pesado, que casi lo tumbaba a Pulido. A veces Joey se quedaba dormido, de pie, con la escopeta del calibre doce en el hombro, y se despertaba, sólo cuando ya estaba a pocos metros del suelo, pronto a estamparse de cara contra el piso.
En aquel trabajo duró casi todo un año y fue el primer contacto que tuvo Pulido con la verdadera corrupción. Pronto, Joey se dio cuenta de que todos los “bodicitos”, querían hacer guardia en las puertas de ingreso al puerto, y cuando, casualmente le tocó hacer guardia en una de aquellas puertas, se dio cuenta de que la causa de tanta fiebre por aquellos puestos, era que todo el mundo quería ingresar al puerto de manera ilegal, ya sea para vender mercaderías, para entrar polizontes, las prostitutas para tirar con los tripulantes, los choferes de camiones sin permiso, todo el mundo quería entrar al puerto de manera ilegal. Esto hacía que cada tipo le pusiera en la mano, al guardia, unas cuantas monedas o hasta un buen billete, y Pulido se dio cuenta, que al final de la jornada de trabajo, tenía los sucres necesarios para irlos a cambiar en la agencia de banco más cercana por seis billetes de dólar. Ese era el motivo por el que todos los guardias luchaban con la secretaria, para que los deje trabajar una puerta. También ese era el motivo por el que la vida laboral de los guardias era de un máximo de tres meses. Pulido se percató, de que la mejor manera de permanecer en aquel suculento trabajo, era tratar de pasar desapercibido, sin joder a nadie, ni pelearse con nadie por trabajar una puerta. Eso sí, cuando le tocaba, le tocaba, y Pulido se iba a su casa con seis o diez dólares en su bolsillo.
De esta manera, pronto Pulido estaba al día en las pensiones del colegio de Danni y del jardín del pequeño Joey, jr y su esposa estaba la mar de contenta con el dinero que a manos llenas le daba su esposo.
Incluso, Pulido le puso un profesor de matemáticas al pequeño Danni, para que éste no tuviera el mismo problema de su padre, que siempre había sido una nulidad en las matemáticas, desde la preparatoria. Joey recordaba, que a finales de curso, la monjita les tomaba a todos los niños, delante de los padres de familia, pruebas de lógica matemática como: ¿cuánto es dos más siete, menos ocho, más trece, dividido por tres, más cuatro, más ocho, menos seis?
Y en una ocasión que le preguntó la respuesta a Pulido, éste de pura coincidencia dijo:
- Cinco...
Y esa había resultado ser la respuesta correcta, pero Pulido la había adivinado de puro chiripazo. Al principio la monjita no se dio cuenta, pero cuando volvió a realizar otra prueba de lógica matemática y le pidió a Joey la respuesta, que nuevamente le dijo que era cinco, ella se percató con una mezcla de resignación y decepción, que la respuesta anterior había sido producto de la casualidad.
Joey se sentía orgulloso de la capacidad intelectual de su primogénito. El chico estudiaba en el colegio hasta las tres y media de la tarde, y de ahí, recibía al profesor de matemáticas, que le ayudaba a realizar las tareas y le explicaba el misterio esotérico de los números, hasta que se desocupaban a las seis de la tarde. Definitivamente las generaciones futuras siempre son más inteligentes, ¿pero en realidad lo son?
Pulido recordó un pensamiento de William Faulkner sobre los niños que decía:
LOS NIÑOS SON MUCHO MAS PSÍQUICOS QUE LOS ADULTOS. UNA PARTE MUCHO MAYOR DE LA VIDA DE UN NIÑO QUE LO QUE CREE LA GENTE TRANSCURRE EN SU MENTE.
Joey siempre le decía al niño:
- ¡Mira que somos pobres!, ¡no tenemos nada más que una pequeña villa dónde vivir!, las acciones de banco que te iba a heredar, ya no sirven porque el banco quebró, ¡no puedes darte el lujo de ir a la escuela a jugar y perder el tiempo!, ¡estudia matemáticas y ortografía para que algún día, cuando ya no estemos tu madre y yo, puedas mantenerte, mantener la casa y ayudes a tu hermano!, ¡a tu hermano lo tienes que querer y cuidar como si fuera tu hijo!, ¡por favor, escúchame!
Una mañana de un lunes, en un arranque de loca religiosidad, Pulido llevó a los dos niños a una ceremonia religiosa, previamente acordada con el sacerdote y consagró sus hijos a la protección de San Vicente Ferrer. Ahí se estuvo parado, durante toda la ceremonia, viendo cómo el sacerdote le echaba agua bendita a los niños y pronunciaba toda la liturgia de rigor.
No sabía qué hacer para asegurar el futuro de sus hijos. El futuro de sus hijos estaría en peligro cuando sus padres murieran y Pulido no tuviera más ayuda. ¿Cómo les pagaría los estudios?, ¿cómo los enviaría a la universidad?
Cada noche antes de dormir se acostaba con ellos y les leía la historia de Sansón en la Biblia, en el libro de los jueces. Otras veces les leía los poemas de Piedad Romo-Leroux G., en especial uno que decía:
ERES SOLO UN CAPULLO
Dedo por dedo, con calor humano,
Tanteando en el temblor de blanda arcilla
He agarrado tu mano con mi mano.
Y es que en este contacto solo quiero,
A través de manera tan sencilla
Transmitirte vigor cual firme acerol.
Tu equilibrio en vaivén se torna grave,
Vértigo, indecisión, torpe maroma
Y la hierba te acoge verde y suave.
Tu cuerpo en crecimiento de capullo,
Lleno de timidez pálido asoma
Meciéndose en el aire con mi arrullo
Mientras tanto, Pulido tenía que madrugar todos los días para ir al Puerto, y dejarse pasar lista, para luego conocer el punto que le tocaba vigilar. A veces lo mandaban a la oficina para permanecer sentado con aire acondicionado, registrando en una bitácora a todos los que ingresaban al edificio principal, y contestar el teléfono, y otras veces, lo mandaban a los quintos infiernos, lugares lejanos de toda la civilización, repletos de mosquitos. Sentado ahí en el despacho de entrada, a veces sintonizaba la radio católica y se ponía a escuchar el programa de oraciones y letanías que repetían una y otra vez las amadas oraciones de Pulido desde su niñez. Pulido era ateo, pero tenía profundas raíces católicas. Su madre, todas las noches, antes de acostarlo, se arrodillaba junto a él y oraban el Padre nuestro frente a una imagen del corazón de Jesús. Todas aquellas melancólicas reminiscencias se interrumpían cuando sonaba el teléfono y al otro lado de la línea se escuchaba la voz de un transexual que le buscaba la conversación a Pulido para hablar de sexo y de futuros encuentros homosexuales. Pulido se divertía con el gay, hablándole toda clase de suciedades que exaltaban la pasión de su interlocutor. Cuando Pulido se aburría se despedía de la loca y colgaba el teléfono.
A veces, cuando estaba libre, se dirigía al templo dedicado a San Vicente Ferrer y luego de encenderle una vela por cada miembro de su familia, echaba una moneda en el oratorio de metal, se arrodillaba dolorosamente y se ponía a pedirle, fervientemente a la imagen del Santo, la necesaria protección para un tipo como él, sin futuro y totalmente desamparado. Y la protección funcionaba. Muchas veces Pulido se salvó de ser pillado dormido en la guardia y en otra ocasión se salvó de que unos pandilleros le quitaran y le robaran el arma, una escopeta calibre doce.

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